Charlie Koissi, de 31 años, estaba muy emocionado. El 26 de julio de 2008, Charlie se encontraba en el aeropuerto Charles de Gaulle para viajar a Costa de Marfil y asistir a una boda familiar. Era la primera vez que viajaba fuera de Francia. Sus padres habían emigrado desde África antes de que él naciera y se habían instalado en un pequeño apartamento de Villiers-le-Bel, a unos 20 kilómetros al norte de París. Seguía viviendo con su familia e iba todos los días a París para trabajar como asistente de investigación en el Instituto Pasteur, en un laboratorio especializado en enfermedades transmitidas por insectos tropicales.
Cuando llegó al control de seguridad, sonrió mientras entregaba su pasaporte para que lo comprobaran. El oficial ni siquiera miró hacia arriba mientras pulsaba algunas teclas del ordenador. Pasaron algunos minutos.
De repente, Charlie se vio rodeado por agentes de policía del aeropuerto que le mostraron una orden de arresto. La orden, expedida en la ciudad de Karlsruhe, Alemania, iba a nombre de Charlie Koumé Kanga Koissi, nacido el 24 de octubre de 1976 en las afueras de París, exactamente igual que él. Sorprendido, negó con la cabeza.
“Ese no soy yo”, dijo. “Nunca he estado en Alemania”.
La policía no escuchaba. Lo esposaron y lo arrastraron hasta una celda en el sótano del aeropuerto, donde le quitaron todo, lo cachearon, y lo dejaron esperando. Humillado, parpadeó conteniendo las lágrimas.
Más tarde, en la comisaría local, le preguntaron en repetidas ocasiones sobre las estafas que supuestamente había cometido el viernes 13 de junio en Karlsruhe. Charlie negó con la cabeza. ¿Fraude?. ¿Él?. Él estaba orgulloso de su puesto de trabajo fijo en el instituto. Y, como aspiraba a convertirse en coreógrafo de escenas de lucha para las películas de Hollywood, dedicaba todo su tiempo libre a la práctica de artes marciales y de coreografía de combate, no a cometer fechorías.
“Es imposible que fuera yo”, se defendió. “Ese día estaba trabajando en París”.
Varias horas después, se marcharon por fin los interrogadores, pero no pudo dormir. Tenía la sensación de que las paredes de la celda se estrechaban para aprisionarlo.
Entonces, de repente, se acordó de algo. Hacía dos años, aproximadamente, había perdido su carné de identidad francés. En aquel momento, estaba seguro de que aparecería. Ahora empezaba a preocuparse. Sabía que se podía comprar cualquier cosa en el mercado negro, incluso la identidad de una persona. El carné contenía toda la información necesaria y una foto que podía ser fácilmente manipulada. “¿Qué ocurrirá si alguien se está haciendo pasar por mí?”, se preguntó.
A la mañana siguiente, le permitieron llamar a la directora de Recursos Humanos del instituto para que probara que decía la verdad. La directora firmó una declaración jurada que confirmaba que había realizado dos turnos en el laboratorio el 13 de junio. Esa tarde salió libre del juzgado.
Se había solucionado el problema, o al menos eso fue lo que pensó.
Aunque él no lo sabía, dos meses después, el 17 de septiembre, el tribunal alemán volvió a expedir la orden de arresto con vigencia en toda Europa. Una vez más Charlie fue arrestado y encarcelado. De nuevo, pasó una noche sin dormir en la celda antes de comparecer ante el tribunal. Y, de nuevo, fue liberado gracias a la declaración jurada de la directora de Recursos Humanos del instituto.
Y esta vez, exigió un abogado. “Hay alguien por ahí usurpando mi identidad, cometiendo delitos en mi nombre y dejando que yo pague el pato”, dijo furioso al abogado. “Esto tiene que acabar”.
Así fue durante 14 meses. Hasta que Charlie empezó a recibir llamadas y cartas de denuncia de una compañía telefónica que quería recuperar miles de euros de facturas impagadas acumuladas en una cuenta abierta en Internet un año antes. Sintió cómo le invadía el miedo. Había vuelto a pasar.
“Es como luchar contra el humo o contra un fantasma”, dijo a sus colegas, con los hombros caídos. “¿Qué voy a hacer?”.
“Empieza por las facturas de teléfono”, le sugirió un amigo del laboratorio. “Consigue las versiones detalladas que te darán una idea de dónde se han realizado las llamadas”.
Charlie no estaba en absoluto preparado para la montaña de facturas que le mandaron: casi 50 páginas de llamadas locales y a larga distancia que sumaban más de 6.000 euros. Había llamadas a todo el mundo, incluido un número desproporcionado de ellas a Camerún.
¿Sería el delincuente de allí?. Para descubrirlo, a principios de 2010, Charlie y sus amigos empezaron a verificar la dirección vinculada a la cuenta, un bloque de apartamentos de un pueblo situado unos 30 km al sur de París. ¿Era allí dónde vivía el impostor?.
Como para entonces tenía claro que nunca podría estar seguro de acabar con todo aquello hasta que no encontrara al delincuente, Charlie recordó que había visto una entrevista en televisión a un experto en robo de identidades llamado Christophe Naudin, y consiguió sus datos de contacto.
Naudin, criminólogo, había presionado a los políticos para que se tomaran más en serio el robo de identidades. Sabía que las víctimas podían tardar años en descubrir que sus vidas habían sido tomadas prestadas por otras personas.
“¿Has conseguido el acta judicial del tribunal de Karlsruhe?”, preguntó Naudin.
“La tengo”, respondió. Los amigos de Charlie le habían aconsejado que llamara para que le mandaran los documentos a Francia.
“OK”, dijo Naudin. “Tenemos que preparar un archivo para ir a la policía y presentar una denuncia”.
Pero antes de poder hacerlo, Charlie fue arrestado de nuevo, a primera hora de la mañana del 10 de marzo de 2010. Afortunadamente, esa vez fue puesto en libertad en tan solo 30 minutos. Llegó tarde a trabajar, desaliñado, sudoroso y enfadado. “Juro que voy a atrapar a ese tipo aunque sea lo último que haga”.
Y así, intensificó cada vez más la investigación con la ayuda de sus colegas, amigos, familiares y Naudin, en un esfuerzo por limpiar su nombre. Hicieron una lista de todas las personas que residían en la dirección que aparecía en las facturas del teléfono y después teclearon cada nombre en el motor de búsqueda de Google y en Redes Sociales como Facebook y Trombi.com, donde la gente acude para encontrar a antiguos compañeros de clase. Cada nombre dio varios resultados de búsqueda y comprobaron cada uno de ellos para ver si tenían algo en común con las facturas de teléfono y con la posible dirección del supuesto estafador. Ese trabajo les llevó unos 6 meses.
Por fin, estrecharon el cerco hasta llegar a una mujer con apellido camerunés que vivía con un hombre cuyo perfil de Trombi.com decía que su fecha de nacimiento era el 11 de febrero de 1974. La misma fecha que ponía en los documentos del tribunal de Karlushe. A Charlie también le resultaba familiar el nombre.
Entonces dio con él. Rebuscó entre los papeles del tribunal que había recibido de Karlsruhe y lo encontró: unas transcripciones de una vista que contenían el nombre de Charlie y un apodo que también había usado el impostor.
“Te tengo”, susurró Charlie.
Ahora tenía que descubrir la manera de encontrar más datos del impostor.
Un colega le sugirió “crea un perfil falso y pídele ‘que sea tu amigo’”. Así fue como nació “Daniela”, un personaje ficticio de Facebook. En su presentación aparecía muy sensual, con pelo largo y ondulado, grandes ojos marrones y minifalda. Decía estar buscando antiguos compañeros de clase de Camerún.
El acercamiento funcionó. El “hombre” aceptó la solicitud de amistad. Durante los meses siguientes, “Daniela” flirteó con el “hombre” y Charlie empezó a seguirle la pista a través de los mensajes que le enviaba y de actualizaciones de estado que publicaba en su perfil.
Las pruebas empezaron a demostrar que probablemente ese era el hombre que estaba utilizando la documentación de Charlie; pero a Charlie le quedaba por demostrar que ese hombre vivía efectivamente en el edificio de apartamentos que había identificado.
A finales de marzo de 2011, un amigo hizo una foto del buzón de la mujer camerunesa: bajo su placa de identificación formal, había un trozo de papel mecanografiado con el nombre del supuesto impostor escrito en letras mayúsculas.
Charlie hizo más investigaciones en Internet y, poco a poco, se enteró de que la pareja gastaba mucho dinero a pesar de no tener una fuente clara de ingresos, y que él viajaba mucho y pasaba tiempo en países como Alemania y Rumania sin motivo aparente.
Con la ayuda de su abogado, Charlie presentó una denuncia ante la policía en junio de 2011; pero la policía no pudo hacer nada porque lo único que contenía el archivo eran pruebas circunstanciales. Se fue frustrado.
Aún así, no se rindió. En septiembre de 2012, volvió a presentar otra denuncia, y esta vez demostró que el supuesto impostor se encontraba en Karlsruhe. En realidad, esa nueva información debería haber bastado para que la policía actuara; pero, una vez más, la policía se dio por vencida: de nuevo las pruebas eran solo circunstanciales e insuficientes para proceder. ¿Qué más podía hacer?. Deprimido, se dio cuenta de que, a menos que cogiese al presunto estafador con las manos en la masa y lo llevase en persona a la comisaría, había llegado a un punto muerto.
“Manifiéstate”, le aconsejaron sus colegas y Naudin. “La mejor defensa es un buen ataque”.
Y eso hizo. Aunque a muchas víctimas les atemoriza darse a conocer por miedo a ponerse de nuevo en el punto de mira, Charlie empezó a contar su historia por todas partes y a dar conferencias en los colegios, a conceder entrevistas y a animar a otros a relatar sus experiencias.
Hoy, Charlie Koissi, de 37 años, camina deprisa por una calle de Villiers, charlando animadamente por el móvil acerca de los planes de rodar una película basada en su experiencia mientras responde a los apretones de manos y abrazos de personas que apenas conoce. Es una estrella y un ejemplo, un tipo con carisma que entiende por qué, cuando habla a los niños en los colegios, se quedan boquiabiertos. ¿No les pasará a ellos, verdad?.
“Puede ocurrir,” les dice. “¡Ocurre y ni siquiera te das cuenta!”
El 5 de marzo de 2014, Charlie recibió la llamada de una comisaría de policía en un barrio al norte de París después de que dos hombres de origen africano intentaran comprar muebles con cheques robados y empleando su identidad. La policía está investigando si el hombre que robó la identidad de Charlie ha vuelto a Francia. “Temo que esté cometiendo nuevos delitos en mi nombre”, afirma Charlie. “Pero eso me da esperanzas de que un día sea arrestado y llevado ante la Justicia.”
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robo de identidad: qué hay que hacer
El robo de identidades es el delito financiero con mayor crecimiento en Europa: 8 millones de europeos afectados al año que pierden una media de 2.500€ por persona. Según un estudio reciente, los países con mayor número de robos de identidad son Reino Unido y Suecia.
Señales de advertencia
— Recibir un email, SMS o llamada diciendo que confirmes tus datos bancarios.
— Dinero que desaparece de tu cuenta corriente.
— Un vendedor telefónico que te presiona para que le facilites información personal.
— No puedes obtener un crédito debido a una inexplicable mala calificación de tu solvencia.
— Recibes un email de un amigo que se ha quedado tirado de vacaciones y te pide una transferencia bancaria urgente.
— Ves compras con tu tarjeta de crédito que tú no has hecho.
Si eres víctima de un robo de identidad
— Cancela tu tarjeta de crédito.
— Informa inmediatamente al departamento de fraude de tu banco.
— Denúncialo ante la policía.
— Guarda los documentos, incluidas las copias de la correspondencia y detalles de las llamadas de teléfono de tus supuestas facturas.
— Pide que pongan una »alerta de fraude« en tus cuentas bancarias.
— Cambia las contraseñas y los códigos pin de tus cuentas bancarias.